Por Maureen Herrera Brenes
Hay una caricatura de Quino en que un grupo de señores, con apariencia de importantes, observan el cuadro de un artista. Luego de ver la obra se despiden encantados y le manifiestan sus elogios: “¡Lo felicito, tiene usted la magia de Chagall!”, “¡La poesía de Renoir!”, “¡El vigor de Van Gogh!”, “¡La libertad de Picasso!”, “¡La fineza de Modigliani!”. Al final, todos se van encantados, pero el artista queda triste y encorvado, pensando para sí: “¡Yo quería ser yo!»
Desde que empecé en estos caminos de la creación literaria y periodística, me he enfrentado al desafío de construir una voz propia. Me parece que es uno de los retos más significativos de cualquier escritor. Los grandes temas son los mismos, pero el punto de vista de quien escribe, único y particular, es el que le da identidad específica a cada autor y sus textos.
En mi opinión, para desarrollar una voz propia requerimos, entre otros aspectos, de un profundo conocimiento de nosotros mismos, un agudo sentido de observación y valentía. Veamos cada uno un poco más en detalle.