Por Maureen Herrera Brenes
Hay una caricatura de Quino en que un grupo de señores, con apariencia de importantes, observan el cuadro de un artista. Luego de ver la obra se despiden encantados y le manifiestan sus elogios: “¡Lo felicito, tiene usted la magia de Chagall!”, “¡La poesía de Renoir!”, “¡El vigor de Van Gogh!”, “¡La libertad de Picasso!”, “¡La fineza de Modigliani!”. Al final, todos se van encantados, pero el artista queda triste y encorvado, pensando para sí: “¡Yo quería ser yo!»
Desde que empecé en estos caminos de la creación literaria y periodística, me he enfrentado al desafío de construir una voz propia. Me parece que es uno de los retos más significativos de cualquier escritor. Los grandes temas son los mismos, pero el punto de vista de quien escribe, único y particular, es el que le da identidad específica a cada autor y sus textos.
En mi opinión, para desarrollar una voz propia requerimos, entre otros aspectos, de un profundo conocimiento de nosotros mismos, un agudo sentido de observación y valentía. Veamos cada uno un poco más en detalle.
Por circunstancias personales en el último tiempo he aprendido, para bendición mía y de quienes me rodean, a cuidar de mí misma y a conocerme mejor. Como dice uno de los pastores de mi iglesia: “si no conocemos cuál es nuestro camino en esta vida, empezamos a caminar por el camino de los demás”. El principio aplica perfectamente para los escritores. Es inevitable tener modelos y, aún a nuestro pesar, nuestra voz puede ser parecida a la de otros cuando estamos empezando. Sin embargo, vale la pena aspirar a crecer en esta área para sonar como nosotros mismos.
Recuerdo que cuando iba a defender mi trabajo de graduación para obtener el título de licenciada en periodismo yo estaba nerviosísima. Mis amigos con más experiencia me decían: “¡Tranquila Maureen! Sos una experta en el tema después de trabajar tanto en él. Nadie en la sala sabrá más sobre esta experiencia de trabajo que vos”. De la misma forma podemos ser expertos en nuestro entorno y tiempo histórico, si logramos desarrollar una observación aguda.
Finalmente, los escritores de narrativa presentan su experiencia de vida en sus trabajos. Ahí está el Macondo de García Márquez, la Sudáfrica de Nadine Gordimer y la vida de trotamundos de Hemingway que ambientó sus novelas en Cuba, España y Francia, por ejemplo. Hay diversos modelos al respecto; Hemingway viajó mucho, por ejemplo. Sin embargo, si ustedes tienen un pasaporte como nuevo – o no tienen del todo-, no se desanimen. Escriban de lo que conocen mejor que nada… ¡su propio entorno!
Algunos de ustedes me dirán: “Pero yo podría investigar y ambientar una historia en un sitio en el que nunca he estado”. Sí, todo es posible; pero el resultado final requiere un trabajo aún mayor para sonar auténtico. En una de las películas de Jurassic Park hay una escena que, se supone, se desarrolla en San José, la capital de Costa Rica. Con toda la desfachatez lo que presentan es un pueblito caribeño, con palmeras y todo. “¡Ah director más ignorante!”, pensé yo cuando vi la película.
Finalmente, desarrollar una voz propia requiere valentía. Dice Isabel Cañelles en el Curso de iniciación a la escritura creativa que “alguien que no se arriesga, nunca será capaz de escribir una línea realmente buena”. Yo tengo mi propia versión de esta experiencia, porque mi llamado como escritora no se ubica tanto entre personas cristianas; está frente a un público más amplio. He tenido que ser valiente para presentarme como cristiana en un mundo donde la iglesia, por nuestra propia responsabilidad, está tan desprestigiada.
Me encanta su «voz personal», bendigo a Dios por el deposito que puso en usted, y a usted le agradezco su esfuerzo y tenacidad para luego poder enriquecer la vida de aquellos que amamos la literatura, que tenemos un mensaje que comunicar y apenas estamos en panales. Teresita Cardenas