Sucedió en un concurso de canto que se transmite por televisión actualmente en Costa Rica. Ante un comentario de uno de los jueces, el joven concursante reaccionó así, palabras más palabras menos: “quiero aclarar algo, la orquesta no tocó la canción correctamente. Me parece una actitud muy irresponsable por parte de ellos, a estas alturas de la competencia”.
“Irresponsables”. A mí la palabra me retumbó en el cerebro, y me hizo pensar en los efectos de su afirmación. Efectivamente, las consecuencias estuvieron presentes el resto del programa: uno de los jurados defendió la calidad de la orquesta, el director de la agrupación aclaró que el cantante “entró” mal y esto afectó la ejecución, el cantante reconoció su error y al final pidió disculpas públicamente, visiblemente apenado.
A pesar de la congoja casi constante, el asunto terminó bien, con hidalguía y respeto entre las partes. Sin embargo, creo que todo se habría evitado si el muchacho hubiera sido más prudente en su afirmación, o mejor aún, si no hubiera dicho nada. Al final se habría dado cuenta de que él era el único responsable de lo que había sucedido. “Hablé con el hígado, sin pensar”, dijo al disculparse.
A lo largo de todo el episodio, y en los días posteriores, he pensado en quienes escribimos; la verdad es que no estamos exentos de una situación como esta. También podemos escribir sin pensar, al calor de un momento. Esta es una de las razones por las cuales me parece tan valioso dejar reposar los textos.
Hay una lección que nunca olvidaré sobre el uso cuidadoso que debemos hacer de las palabras. La recibí de Patricia Cardona, una costarricense radicada en México donde por muchos años fue crítica de teatro y danza, y actualmente se dedica a formar críticos. Me parece que el consejo con que instruye a sus estudiantes es válido para todas aquellas personas que a menudo opinamos sobre diferentes temas: “Debemos preguntarnos si nuestras palabras son verdaderas, constructivas y necesarias”.
Estamos llamados a honrar al Señor con todo lo que hacemos… y con todo lo que escribimos. Qué el Señor nos ayude a hacerlo con excelencia, respeto y prudencia.
Excelente nota. Es que sí, las palabras, escritas o habladas, tienen un impacto increídble. No en vano la Biblia resalta el valor de la palabra dicha a su tiempo. Y ¿cuántas palabras tienen más efecto si sencillamente nunca se dicen?
Concuerdo con la importancia de escribir palabras verdaderas, constructivas y necesarias…Y luego de escribirlas darles repoo. Una siesta «santiagueña» diríamos en Argentina. Y luego volverlas a escribir. Y quizá escribirlas de nuevo…Leí de un autor que aconsejaba escribirlas no menos de cinco veces antes de lanzarlas al mundo de los lectores.
Evidentemente no estoy siguiendo su consejo con este comentario. Acabo de escribirlo y ya voy a hacer click en «Enviar Comentario». Pido disculpas. En la próxima lo haré mejor.