Dos grandes de la literatura, un portugués, ganador de un premio Nobel, y otro mexicano, una de las voces más reconocibles del panorama cultural hispánico, nos han dejado este fin de semana.
La muerte de dos grandes literatos ha dejado huérfanos a una generación necesitada de buena literatura y grandes metas. Primero nos dejó José de Sousa Saramago el viernes a los 87 años en la isla española de Lanzarote. Pocas horas después, lo hizo Carlos Monsiváis Aceves a los 72 años después de estar varias semanas ingresado en un hospital de la capital mexicana.
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Sin querer mostrar animosidad hacia quien ya no puede defenderse en este mundo, José Saramago debe estar descubriendo -al otro lado de la tumba en la otra vida, no en la abstracción que hacen posible los libros en esta vida- si aquellas creencias cristianas correspondían a una realidad.
Saramago ya no puede comunicarse, a viva voz o por escrito, con nosotros, a quienes aún no nos ha sorprendido la muerte, según indica Lucas 16:26. Dios tenga piedad de quienes tengan la misma creencia que Saramago describió en Caín. Tengamos nosotros, los cristianos, también piedad con ellos y compartamos el evangelio salvífico del Salvador.