«Pasadas las afueras de Moscú, rumbo a otra ciudad veo unas anchas rutas blancas. Son los ríos helados. En el cauce de esos ríos inmóviles surge de cuando en cuando, como una mosca en un mantel deslumbrante, la silueta de un pescador ensimismado. El pescador se detiene en la vasta sabana helada, escoge un punto, y perfora el hielo hasta dejar visible la corriente sepultada. En ese mismo momento no puede pescar porque los peces han huido asustados por el ruido de los hierros que abrían el agujero. Entonces el pescador esparce algunos alimentos como cebo para atraer a los fugitivos. Echa su anzuelo y espera. Espera por horas y horas en aquel frío de los diablos.
«El trabajo de los escritores, digo yo, tiene mucho de común con el de aquellos pescadores árticos. El escritor tiene que buscar el río y, si lo encuentra helado, necesita perforar el hielo. Debe derrochar paciencia, soportar la temperatura y la crítica adversa, desafiar el ridículo, buscar la corriente profunda, lanzar el anzuelo justo, y después de tantos y tantos trabajos, sacar un pescadito pequeñito. Pero debe volver a pescar, contra el frío, contra el hielo, contra el agua, contra el crítico, hasta recoger cada vez una pesca mayor.
Confieso que he vivido – Memorias. Pablo Neruda, pg. 279
Totalmente de acuerdo. Aquí en Costa Rica hay un escultor, radicado en Italia, que se llama Jorge Jiménez Deredia. Hoy es reconocido, pero él cuenta que por muchos años, mientras forjó su carrera en Italia, únicamente se dedicó a trabajar. En una entrevista decía algo así como: «cuando era feriado, yo estaba trabajando; cuando todos celebraban, yo estaba trabajando; siempre estaba trabajando». Hoy tiene una carrera sólida, consolidada. Sin duda alguna que no hay recetas mágicas; hay que trabajar y regresar a pescar, una y otra vez.